Reportaje Pro&Contra a Gladys Zevallos

Gladys Zevallos Chávez

En la galería del Museo de la Nación se realizó, en el mes de octubre del año pasado, un evento importante dentro de la plástica peruana. Era una exposición de todos y todas las Medallas de Oro obtenidas en los últimos 15 años en la Escuela Nacional de Bellas Artes. En ese grupo selecto estuvo representada la pintura amazónica con los cuadros de Gladys Zevallos. Ella obtuvo la presea máxima el 2005 con un trabajo verdaderamente innovador referido a la pintura vegetal y el mundo sagrado de la Amazonía. La pintura oriunda no como referencia lateral, sino como centro de la construcción del cuadro. Ello agregado al universo de símbolos ancestrales de la pinacoteca nativa. Ello le ha permitido enlazar lo oriundo y lo forastero, lo antiguo y lo moderno, creando una síntesis artística de primer nivel que con los años alcanzará el reconocimiento que se merece.

La galardoneada pintora, que nació en el cielo de Contamana, se interesó por el color oriundo desde su infancia, viendo cómo las gentes utilizaban la pintura vegetal y la tierra de colores para pintar las paredes de las casas, para teñir sus vestimentas, canastos, sombreros. La ilusión de penetrar en ese mundo no le iba a abandonar con el transcurrir de los años. Después se acercó a los indígenas que vivían en su ciudad natal y en los caseríos cercanos, donde conoció la utilización de esos colores en la fabricación de trabajos artesanales. Pero, por razones obvias, no logró todavía ingresar al secreto de la elaboración de esos colores, ni al secreto de sus símbolos.

En 1997, en la ciudad de Pucallpa, comenzó a elaborar sus primeros tintes naturales, experimentando de la forma más empírica las informaciones y algunas recetas que le brindó su madre, recordando las costumbres de la gente que trabajaba para sus abuelos en San Martín. El curandero Jesús Escalante mostró interés en lo que intentaba encontrar y le indicó que utilizara varias cortezas y plantas que habían en el mercado de Pucallpa. La cocción duraba muchas horas. Después fue muchas veces a la comunidad de San Francisco, ubicada en el lago de Yarina cocha, para continuar con la búsqueda y la preparación de los tintes naturales de cortezas. En un largo trabajo de campo no dejó de investigar en las fuentes orales y en la experiencia de las artesanas Shipibo-Conibo. Esos colores que ellas utilizaban, esos signos que siempre se transformaban, tenían un origen secreto, y eran las visiones obtenidas de la savia de los sabios o Ayahuasca. Es decir, la liana les iba dictando formas y contenidos que después ellas reproducían en sus trabajos, pero ese secreto no podía alcanzar. Todavía.

Todos los colores que elaboró en Pucallpa y San Francisco eran marrones con las diferentes variedades de matices. Era tan solo el inicio del encuentro del misterio. Porque años después en uno de sus viajes a Iquitos logró conocer al chamán Luis Culquitón quien le prestó su invalorable apoyo para que ingresara en el secreto de esa pinacoteca ancestral. Es a partir de la toma de Ayahusca en Estación Kapitari que todo para Gladys Zevallos se aceleró vertiginosamente. En distintas tomas, a través de las visiones, logró conocer innumerables plantas que producían diferentes colores. No solo eso, también asistió a asombrosas hechos como la aparición de entidades que le enseñaban ciertos secretos. En palabras de la propia pintora: En el momento en que regresé a la cabaña apareció una anciana sonriente que tenía un pincel vegetal en la mano. Ella se sentó cerca de mí, extendió una tela blanca y se puso a dibujar las líneas de las cerámicas con gran maestría, con admirable maestría. Me dije que tuviera paciencia, que supiera esperar. Era una figura pequeña y tan real que parecía viva. No dejó de dibujar sus líneas durante algo así como una hora, mientras yo miraba tratando de entender el mensaje, los misterios que decían esas líneas y esos colores. La tela blanca estaba llena de formas indescifrables que se relacionaban con el firmamento. Las lecciones de esa índole no dejaron de ocurrir durante los días de dieta.

Todo su aprendizaje inicial, su incursión en el misterio, duró algo así como cinco años de trabajo continuado y fatigante. Después de las impresionantes tomas, iba a buscar las plantas anunciadas en las visiones. Luego tenía que prepararlas y, desde luego pintar sin descanso, buscando alcanzar algo de lo que había visto. Todo ese tiempo fue para ella como ingresar en otro mundo, y tuvo que buscar su propia técnica, combinar de alguna manera lo que veía con sus conocimientos de la pintura occidental. La constancia dio sus resultados y consiguió plasmar cuadros de una rica simbología, donde estaba codificada la vida amazónica. Eran cuadros que tendían a la monumentalidad y donde los signos se trasformaban y se enriquecían para describirnos una floresta en clave con sus paisajes, sus gentes y sus circunstancias. Otra belleza surgida de las entrañas selváticas. El aporte pictórico ancestral ha encontrado su oportunidad de plasmarse en el lienzo como nunca antes.

La tradición pictórica nuestra, concedida por el poder de la liana de los sabios, estaba siempre allí, pero faltaba alguien que abriera las celosas puertas de ese secreto y lograra conocer algunos de las claves de la combinación de colores, del uso de las plantas que la producen, de los signos que representan una lectura del mundo y de la vida. La pintora consiguió vencer los obstáculos de ese misterio para seguir su propio camino. El trabajo de Gladys Zevallos es, pues, una propuesta innovadora que se hace cargo del pasado y que abre muchas posibilidades en la búsqueda del verdadero futuro de nuestra plástica. En suma, es el enlace entre lo oriundo y lo adquirido, fundando una vertiente inédita en la plástica de esta parte del país. (P.V)

Pinturas de Gladys Zevallos


En su caudalosa incursión por territorio selvático, el viajero francés Paul Marcoy, se encontró con unas mujeres formidables que desde antiguo, desde la sabiduría de sus ancestros, conocían el secreto de la pintura vegetal. Esa tecnología les permitía adornar sus trabajos en arcilla, donde dejaban sus lecturas del mundo y de la vida. Esas mujeres vivían en Sarayacu, eran viudas y pertenecían a la nación de los cunibo. Ellas dominaban cinco colores primordiales que eran el negro de humo, el amarillo, el azul violáceo sacado del falso índigo, el verde obtenido mediante la maceración de una planta extraña, el rojo sacado del achiote. En sus decorados resaltaban las grecas, los rombos entrelazados y los jeroglíficos basados en el plumaje del pavo de las rocas.

Desde tiempos remotos la tecnología de la pintura vegetal en la Amazonía fue una donación trascendente, una influencia sagrada. Ese aporte se relaciona directamente con los dictados de la liana de los sabios. De esa alta pinacoteca descienden, a través de las visiones, para ser utilizados por las naciones indígenas. Desde siempre ha sido un secreto bien guardado, un conocimiento ancestral que no es para el uso y el manejo de cualquiera. Es todo un sistema que incluye la combinación de plantas para producir diferentes colores, un catálogo de símbolos que se relaciona con el cosmos y con la vida y otros elementos como los preservantes naturales que hacen perdurar esos trabajos nativos. A ese secreto oriundo ingresó la pintora Gladys Zevallos Chávez.

El camino que recorrió ella para alcanzar esos dones fue un largo y arduo itinerario, una travesía dilatada que no conoció ni el desmayo ni la renuncia. En una empecinada jornada la pintora amazónica logró insistir, con terquedad magnifica, para vencer los obstáculos, para superar las dificultades, para derribar las murallas que ocultaban ese misterio. Toda una vida le demoró alcanzar esos dones ancestrales, esa sabiduría de los oriundos. Sus conocimientos de la pintura occidental, los colores y las formas, fueron prácticamente abolidos por sus rotundos descubrimientos que le impulsaron a buscar un nuevo tipo de pintura que unía lo antiguo y lo moderno.

La clave mayor de sus pesquisas artísticas fue concedido por las visiones a través del Ayahuasca, jornadas donde contó con el invalorable aporte del chamán Luis Culquitón Roca y de Estación Kapitari. No como mero referente para plasmarlo después en sus cuadros, como han hecho y hacen algunos pintores, sino como fuente de búsqueda de los colores de las diferentes plantas, las combinaciones de las mismas para producir otros matices, y el acceso pleno a la simbología de algunas naciones indígenas. Ello fue como ingresar en el portentoso secreto de las fuentes pictóricas primeras, de las quilcas antiguas, una de las verdaderas claves de la auténtica plástica amazónica.

Taller de Tintes Naturales en el museo nacional (Lima)







Taller de Tintes naturales. museo