En su caudalosa incursión por territorio selvático, el viajero francés Paul Marcoy, se encontró con unas mujeres formidables que desde antiguo, desde la sabiduría de sus ancestros, conocían el secreto de la pintura vegetal. Esa tecnología les permitía adornar sus trabajos en arcilla, donde dejaban sus lecturas del mundo y de la vida. Esas mujeres vivían en Sarayacu, eran viudas y pertenecían a la nación de los cunibo. Ellas dominaban cinco colores primordiales que eran el negro de humo, el amarillo, el azul violáceo sacado del falso índigo, el verde obtenido mediante la maceración de una planta extraña, el rojo sacado del achiote. En sus decorados resaltaban las grecas, los rombos entrelazados y los jeroglíficos basados en el plumaje del pavo de las rocas.

Desde tiempos remotos la tecnología de la pintura vegetal en la Amazonía fue una donación trascendente, una influencia sagrada. Ese aporte se relaciona directamente con los dictados de la liana de los sabios. De esa alta pinacoteca descienden, a través de las visiones, para ser utilizados por las naciones indígenas. Desde siempre ha sido un secreto bien guardado, un conocimiento ancestral que no es para el uso y el manejo de cualquiera. Es todo un sistema que incluye la combinación de plantas para producir diferentes colores, un catálogo de símbolos que se relaciona con el cosmos y con la vida y otros elementos como los preservantes naturales que hacen perdurar esos trabajos nativos. A ese secreto oriundo ingresó la pintora Gladys Zevallos Chávez.

El camino que recorrió ella para alcanzar esos dones fue un largo y arduo itinerario, una travesía dilatada que no conoció ni el desmayo ni la renuncia. En una empecinada jornada la pintora amazónica logró insistir, con terquedad magnifica, para vencer los obstáculos, para superar las dificultades, para derribar las murallas que ocultaban ese misterio. Toda una vida le demoró alcanzar esos dones ancestrales, esa sabiduría de los oriundos. Sus conocimientos de la pintura occidental, los colores y las formas, fueron prácticamente abolidos por sus rotundos descubrimientos que le impulsaron a buscar un nuevo tipo de pintura que unía lo antiguo y lo moderno.

La clave mayor de sus pesquisas artísticas fue concedido por las visiones a través del Ayahuasca, jornadas donde contó con el invalorable aporte del chamán Luis Culquitón Roca y de Estación Kapitari. No como mero referente para plasmarlo después en sus cuadros, como han hecho y hacen algunos pintores, sino como fuente de búsqueda de los colores de las diferentes plantas, las combinaciones de las mismas para producir otros matices, y el acceso pleno a la simbología de algunas naciones indígenas. Ello fue como ingresar en el portentoso secreto de las fuentes pictóricas primeras, de las quilcas antiguas, una de las verdaderas claves de la auténtica plástica amazónica.

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